En un ejercicio honesto de realismo, no se puede amar a una verdad sin amar a la verdad toda. La inteligencia honesta se desliza hacia Dios desde todos los ángulos (como cayendo desde un gigante embudo) aun no reconociéndolo como tal, pues el estado primero y natural de la inteligencia es pasivo. Todo realismo es, de alguna manera, misticismo.
Así los filósofos paganos al descubrirse inmersos en el asombro, adoraban a Dios sin ser del todo conscientes de ello.
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